Supo conectar con los espectadores. De hecho, fue capaz de mantener en silencio el patio de butacas con las luces encendidas y durante varios minutos hasta el inicio de la obra.
Luego se hizo la oscuridad y la actriz brilló para poner sobre el escenario uno de los problemas más duros de nuestra sociedad: la violencia machista de la que son víctimas muchas mujeres.
Irene Caja convirtió su monólogo de casi una hora en una continua interpelación al público. En unos momentos, mostró la fuerza de ser mujer. Otras veces, compartió la felicidad del amor, el sufrimiento del desengaño, el miedo al dolor, la desorientación por el fogonazo cegador de la realidad, la inocencia infantil de quien una vez fue niña, la ilusión del primer beso...
¿Y cómo lo consiguió? Sin apenas nada y, al mismo tiempo, con mucho. Sobre el escenario: unas cuantas cuerdas, una decena de zapatos y un barreño con arena. Y, sin embargo, no cabía nada más porque la actriz lo llenó todo con su interpretación, acompañada de un magnífico uso de la iluminación de la escena como pocas veces se ve en el Teatro Velasco.
Baile flamenco para chillar contra la violencia machista, taconeo final de una mujer que se revela ante la injusticia y grito contundente contra la sinrazón: "¡Soy Florencia; durante dos años mi marido me encerró en una jaula junto a mi hijo cada vez que se iba de la casa. Y hoy lo digo yo, Irene Caja García, porque ella no puede decirlo!".
Zapatazo, luces abajo, el teatro se llena de aplausos y los espectadores comienzan a ponerse en pie sin moverse de sus butacas ni dejar de aplaudir. Vuelve la luz al escenario, aparece Irene Caja jadeante por el esfuerzo final mientras se escuchan gritos de bravo. Sobre las tablas, una actriz emocionada que recorre con la mirada al público y que, para compartir el éxito, reclama la presencia a su lado de quienes han hecho posible la puesta en escena de la obra.
Si (
No(
