
Nos gusta la política como espectáculo. Disfrutamos con los zascas, con las tontunas de unos y otros, con los gazapos y lapsus linguae, con los micrófonos abiertos. Las disputas internas de los partidos nos entretienen tanto o más que los cuernos y bautizos de las revistas del corazón, y generalmente, tienen la misma trascendencia.
Lo malo es que lo que realmente nos afecta solemos encontrarlo árido y aburrido. No es exactamente nuestra culpa, nos han educado así, a huir mentalmente de leyes y matemáticas, pero a veces la torta que se nos viene es tal que no podemos hacer como que no la anticipamos.
Llevo toda la semana (más en realidad), dándole vueltas a la viñeta esa con la que pretenden colarnos el pago por kilómetros de circulación. En principio, sería como pagar doblemente el impuesto de circulación, una vez al Ayuntamiento en el que esté censado cada vehículo, y otra a no sabemos si la Administración central o la autonómica. Si es un impuesto finalista, la recaudación debería ir a las Comunidades Autónomas, que aquellas sobre las que recae el mantenimiento de las autovías, pero nada han dicho sobre el tema. Así mismo, la idea que se nos ha vendido es que el impuesto sería uniforme en toda España, aunque igual nos encontramos con sorpresas en la aplicación.
Aumentar los impuestos al transporte por carretera en una coyuntura tan delicada como la que vivimos es siempre temerario, ya que no deja de ser añadir combustible al fuerte incremento de la inflación debido al coste de la energía, pero que el impuesto se ligue al kilometro recorrido lo convierte, en cierto modo y de manera adicional, en un impuesto a la España rural, un impuesto a vivir en sitios donde obtener ocio, servicios básicos o ir a trabajar, implica hacer kilómetros.
Este impuesto a lo rural, por su propia naturaleza disuasoria, aumenta la presión inflacionista sobre alquileres y propiedades de viviendas en los centros de las ciudades, generalmente mejor comunicados por servicio público, y favorece la despoblación de pedanías y pueblos. Es verdad que es más barato proporcionar servicios en los núcleos urbanos, pero llevamos años diciendo que luchamos contra la despoblación rural. ¿En qué quedamos?
Si el gobierno socialista fuera coherente con los objetivos que dice tener de disminuir la huella de carbono del transporte, mejorar el estado de las carreteras y mantener la existencia de las poblaciones pequeñas, lo suyo sería invertir en ampliar el alcance y capilaridad del transporte público, pero lo que encontramos son decisiones como la de clausurar el servicio de tren de cercanías de Aguilas- Lorca a Murcia en lugar de hacer por tramos las obras planteadas para la electrificación de la vía.
Y nada, que estas son las cosas que rumio estos días de noviembre tan adecuados para darle vueltas a las cosas. Que vienen tiempos malos para quien (mal)viva de un sueldo, por mucho que la cantinela aquella fuese “vamos a subir los impuestos a los ricos”.