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¿Y si no está tan loco?
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¿Y si no está tan loco?

Un loco, abusador, autoritario y que va dando palos de ciego. Pero, ¿y si el alcance de estos planteamientos, que siguen una clara órbita progresista-liberal, se nos queda corto? Tal vez la resolución fácil para nuestras conciencias es esta: que Trump es la llegada de un chiflado votado por una sociedad enferma y desinformada (o malinformada). ¿Y esto es todo? ¿Tan solo es la perturbación de un líder y la alienación de su sociedad?

Por Carlos Cárdenas Blesa
martes 08 de abril de 2025, 21:06h

Los análisis que se han venido haciendo con respeto a las medidas llevadas a cabo por Donald Trump desde que está en la Casa Blanca tienen todos un patrón común: un psicologismo que se centra en la excentricidad del presidente americano. Un loco, abusador, autoritario y que va dando palos de ciego. Pero, ¿y si el alcance de estos planteamientos, que siguen una clara órbita progresista-liberal, se nos queda corto? Tal vez la resolución fácil para nuestras conciencias es esta: que Trump es la llegada de un chiflado votado por una sociedad enferma y desinformada (o malinformada). Y que la última de sus medidas, los aranceles, que han sacudido el mundo, es solo un coletazo más de lo que representa la prepotencia de los Estados Unidos a nivel global. ¿Y esto es todo? ¿Tan solo es la perturbación de un líder y la alienación de su sociedad?

Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en el líder indiscutible del mundo. Con una Europa destruida, una Alemania y un Japón, potencias industriales, por fin derrotados de sus violentos sueños, unos Imperios británico y francés camino de la descomposición, y una Rusia y Europa del Este a lo suyo, estaba claro a quién correspondía reorganizar el sistema mundial. El dólar se convirtió en la moneda de cambio internacional, y se crearon los organismos encargados del crédito (el FMI y el Banco Mundial). Estados Unidos concedió créditos masivos a Europa, y después al Tercer Mundo. A cambio, la economía mundial se hacía a imagen y semejanza de la del Imperio o, mejor dicho, la economía mundial era el Imperio. Este sistema se llamó Bretton Woods.

Un señor economista, Robert Triffin, planteó una paradoja consistente en que, para que Estados Unidos pudiera mantener su liderazgo mundial a través del dólar, necesariamente se generaría un déficit comercial en el país por la necesidad de exportar dólares, vía económica y militar, al mundo, para que funcionase como moneda de cambio. Y en los setenta, en época de Nixon, el sistema reventó: Estados Unidos no podía garantizar la convertibilidad dólar-oro, base del sistema económico (es decir, que las reservas de oro daban el respaldo a la moneda), y se gestó otro modelo económico llamado fiduciario, o sea, en el cual el valor de las monedas se mide por la confianza que creen para los inversores.

La paradoja de Triffin no se ha resuelto: al ser la moneda de Estados Unidos la de cambio mundial, el país puede permitirse un déficit y una deuda mucho mayor que cualquier país normal gracias a su confianza, pero paradójicamente, y unido a ello la deslocalización industrial de las propias empresas americanas en Asia, Estados Unidos tiene que soportar una balanza deficitaria, es decir, está “obligado” a seguir haciendo dólares para el mundo.

En una época en que era el líder mundial no había problema, pero ahora la realidad es otra. Los grandes capitales de Estados Unidos están bastante jodidos (Musk ya está saliendo de la Casa Blanca y desmarcándose de Trump, mientras que los otros ricachones que se han puesto a quitar “políticas de igualdad” para no cabrear al presidente, seguramente se la han comido doblada): el peso de los aranceles necesariamente será negativo para quienes necesitan de otros mercados e industrias. El paradigma, claro, son las grandes tecnológicas, que parece que han perdido sumas importantes de dinero estos días. El giro proteccionista de Trump serviría para que Estados Unidos recuperase capacidad de producción y regulase su balanza de pagos (habrá que ver de todos modos cómo sale), pero también deja entrever un país más débil y con insolvencia para mantener un sistema mundial que ya no le favorece tanto. Lo militar es igual: la necesidad de Estados Unidos de mantener un ejército gigante y carísimo responde a los intereses geopolíticos del país. Un repliegue en este sentido, como el anunciado por Trump, también podría explicarse por este motivo (repliegue el cual no comenzó ni mucho menos con Trump, y no ha sido tampoco ajeno a la política de los demócratas, probablemente también conscientes).

Llegamos, por tanto, a otra interpretación del “Make America Great Again”: la frase es en sí misma una paradoja, por cuanto el “America First” auspiciado por Trump es absolutamente incompatible con el sistema global creado por los propios Estados Unidos. Así pues, “Great Again” no avoca a pensar unos Estados Unidos volviendo a liderar el mundo como antaño, sino todo lo contrario: un país en el que se vislumbra el fin de una era, su declive como Imperio mundial, tal vez el paso hacia una economía capitalista global, pero multipolar. ¿Es Trump, tal vez, el resultado de todo esto? ¿Se esconde algo más profundo detrás de toda esa excentricidad del Showman americano?

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