Si te eriges como máximo exponente de una ideología a la que das aires de grandeza, como solución única y última a los problemas de tu país, como garante de las viejas glorias y alentador de un futuro brillante, al menos hazlo de verdad. No estoy de acuerdo con tales perspectivas, pero oye, qué menos que cumplas lo que prometes si la gente tiene intención de creerte.
Confieso que hay una cosa que me molesta sobremanera de Vox: que me parece que su discurso, ungido bajo una aureola de Hispanidad, Imperio y España, tiene poco de Hispanidad, poco de Imperio, y menos de España. Yo considero a España como considero a cualquier otra “nación” que exista en el mundo: una aleatoriedad humana a la que damos forma en nuestras mentes. Pero si quieres construir la fantasía de continuidad de tu patria y relacionarla con tiempos inmemoriales, como mínimo sé leal a esos mismos postulados.
De los 3.000 años que atribuía Esperanza Aguirre a la nación (harían paellas y animarían a Rafa Nadal los domingos los íberos), pasamos a Abascal a lomos de un caballo iniciando su particular “Reconquista”: solución de continuidad bestia y bárbara de que, si los “cristianos” echaron a los “moros” hará más de 500 años, ellos iban a repetir la hazaña en la actualidad. Y oye, que el discurso cala, por lo que no habrá que tomárselo a la ligera.
Esos nacionalismos exacerbados me dan un poco de urticaria y me parecen ridículos, y soluciones simples a problemas complejos, aunque también comprensibles: ante un mundo con fuerzas que superan ya las de los propios Estados y estructuras tradicionales, ni qué decir de un país de segunda como España, ante cosas que no podemos controlar y ante el, aunque necesario, aterrador espejo de que ahora nos viene aquel sur del cual nos aprovechamos para crecer económicamente (de aquellos polvos estos lodos), alguna respuesta hay que encontrar.
Pero lo que para consumo nacional interno funciona muy bien a Vox se convierte en una incoherencia sin sentido de cara a su política exterior: un lameculismo vergonzoso ante figuras anglófilas e hispanófobas y eurófobas como Trump. Por eso me hacen gracia los discursos rimbombantes de que si Isabel la Católica, que si Blas de Lezo… Bueno, habría que preguntarles qué les parece en una sesión de espiritismo. Bromas aparte, no me lo saco de la chistera: “La sumisión de Abascal a Trump abre una nueva brecha en Vox”, titulaba elDiario.es una noticia de hace poco más de un día; “Nueva baja en Vox: el general Rosety deja el partido acusando a Abascal de convertirse en el ‘lamebotas de Trump’”, decía otra de un periódico menos sospechoso de rojo como es El Español.
Y son las cosas que tiene la extrema derecha, y que a mí me divierten: en su concepción de mundo jerárquico, ni siquiera ellos están en lo alto de la jerarquía. Es curioso, ¿no? Si planteas un “que cada uno se busque la vida” en un planeta que sabes que es desigual y donde no todos tienen las mismas oportunidades, debe ser porque al menos tú estás muy arriba, pero no: no tienen problema en hacer el juego de doblepensar de hablar del Imperio español de puertas para adentro pero limpiarle las botas al americano de puertas para afuera. Saben perfectamente a quién tienen por encima y a quién no hay que molestar, cuándo hay que agachar la cabeza, y con quién sí pueden meterse: supongo que con esos “inmigrantes ilegales” que “están repartiendo PP y PSOE” en lugares congestionados como Badalona y el Barrio de las Filipinas, en Alhama de Murcia. Porque si el moro fuese un jeque, créanme que entonces la cuestión religiosa y de “civilizaciones” pasaría a un segundo plano, ¿o es que España y su Casa Real no mantienen hermosas e idílicas relaciones con la monarquía saudita, espacio vacacional particular?
Termino ya: los votantes de Vox tendrían que plantearse un poco más, antes de señalar a la izquierda, antes progre, ahora “woke” (por influencia norteamericana, está claro) sobre su indefinición o contradicciones, si es que no resulta contradictorio el amalgama de elementos incoherentes que rodean el panorama político propio: anarcocapitalismo, ultra-mega-libre mercado (Milei), pero a la vez proteccionismo y aranceles (Trump); europeísmo cristiano, pero a la vez lamebotismo anglófilo; defensa de la familia, pero separado; militarismo en vena, pero no hizo la mili.