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Recuérdenlos

Todo esto me evoca a los momentos de dolor y masacre que se viven en el presente. Una comunidad occidental que demuestra no haber aprendido nada de la historia

Por Carlos Cárdenas Blesa
Si abriésemos un libro de historia sobre los principales acontecimientos del siglo XX, encontraríamos sin duda mención al Holocausto perpetrado por los nazis contra los judíos como tema central, pero también probablemente referencias a otras limpiezas étnicas como la de los armenios en el Imperio Otomano, la de Camboya por parte de los Jemeres Rojos, el genocidio de Ruanda de los hutu contra los tutsi, o la masacre contra los bosníacos en Srebrenica en el contexto de las Guerras Yugoslavas.

Hoy en día todos conocemos, al menos, la referencia a estos hechos históricos; en algunos de ellos, todavía existen negacionistas o incluso países que no llegan a condenar con rotundida lo que ocurrió, bien intentando exculpar a las instituciones, bien intentando exculpar el papel del pueblo. A pesar de ello, estos genocidios protagonizan libros, lugares de memoria, conferencias, cine, exposiciones, todo tipo de arte… Y, sobre todo, gozan de una aceptación de su existencia entre la opinión pública. Se estudian en los planes educativos y existe un consenso sobre las lecciones que deben extraerse sobre tales barbaridades, orientadas, en general, a que no se repitan: el antisemitismo, el odio étnico, el colonialismo, el fascismo, etc.

La divulgación de los genocidios, sin embargo, tiende a caer en demasiadas generalizaciones y lugares comunes que solo suelen desmentirse en la historia académica, que apenas llega en general al gran público. Me refiero, por ejemplo, a debates como considerar que los alemanes corrientes participaron en la masacre de los judíos de manera completamente consciente. No es lo mismo pintar el régimen nazi como una fuerza opresora que cayó totalitariamente contra el pueblo alemán y cometió las barbaridades que cometió a enseñarlo como un Estado apoyado por amplias capas de la población alemana que además participaron activamente en muchos de sus cometidos. Tampoco es lo mismo mostrar a los países aliados como liberadores de quienes vivían bajo la tiranía del yugo nazi a finales de la Guerra Mundial, a mostrarlos como conocedores de que se estaba llevando a cabo un genocidio contra los judíos mucho antes de la liberación de los campos de concentración. Lo que quiero decir es que, me da la sensación de que a veces ciertos sectores de la historia oficial no quieren ahondar más en determinados aspectos que rompen el maniqueísmo y que amplían responsabilidades de actos inhumanos deleznables hacia capas más amplias que el reducido grupito de criminales de guerra que acabó juzgándose en Núremberg.

El otro día me encontré en la estación de Nîmes, sur de Francia, una placa que decía que desde allí se había trasladado a prisioneros a campos de concentración nazis con el apoyo del Estado francés de Vichy. Me pareció una consigna bastante valiente el remarcar el colaboracionismo francés con los nazis desde la propia Francia. Ya en su época, la filósofa alemana judía Hannah Arendt había provocado la susceptibilidad de muchos de sus colegas con la publicación de Eichmann en Jerusalén (1963), obra en la que narró el juicio al funcionario nazi Eichmann cuando fue atrapado y llevado a Israel. Arendt acuñó a partir de ese libro el concepto de “banalidad del mal”, que consistía en dejar de representar a nazis como Eichmann como monstruos despiadados en lugar de lo que verdaderamente eran: funcionarios del tres al cuatro, mediocres, que no tuvieron problema en dejar la moral de lado y contribuir en la deportación y destrucción de los judíos de Europa como pura labor burocrática. Lo que Arendt proponía era sumamente terrorífico, pues dejaba entrever que la labor genocida de Alemania precisamente se había constituido no solamente por los radicalizados antisemitas, sino por la población burda y simploide que les había seguido, la clase media decadente que creía que merecía más, que había dejado de lado su moral y, en el mejor de los casos, simplemente había mirado para otro lado, mientras que en el peor, había colaborado activamente y no se sentía siquiera responsable dado que no era algo que dependiese directamente de ellos.

Todo esto me evoca a los momentos de dolor y masacre que se viven en el presente. Una comunidad occidental que demuestra no haber aprendido nada de la historia. Una hipocresía europea que deja claro que elige a qué pueblos defender y a cuáles no según sus intereses geoestratégicos y económicos. Una mediocre clase media desclasada que no es capaz de entender cuánta destrucción ha tenido que ocurrir en el mundo para que pudiese desarrollarse su continente. O que no lo quiere ver, porque es sumamente egoísta. No se preocupen, porque dentro de veinte años en las escuelas tendremos un apartado dentro de una unidad didáctica en la asignatura de historia sobre la ocupación de Palestina. Quizás en algunos libros un parrafito o un ¿Sabías que…? de esos que se ponen en los márgenes del texto. Veremos periodistas narrando lo que ocurrió y algún politicucho aparecerá en un documental diciendo que se intentó hacer todo cuanto se pudo. Nosotros les diremos a las generaciones venideras que en aquella época el contexto internacional estaba muy delicado y no se podían dar más pasos. Se abrirá algún lugar de memoria y algún museo, y wikipedia tendrá una página actualizada. Y nosotros los occidentales, compungidos, recordaremos lo malo que puede llegar a ser el ser humano, y sobrevolará sobre nosotros un run-run angustiante. Sabemos que no somos los que estamos cometiendo el crimen directamente pero, ¿qué estamos haciendo exactamente para evitarlo?

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