Esta primera semana de febrero ha comenzado con el más que ansiado descenso de casos, que ya marca el principio del fin de la tercera ola, hasta ahora la más “contagiosa” de las tres que hemos sufrido. Esta misma mañana, como todas las mañanas desde hace casi ya un año, la COVID llenaba los titulares regionales, pero han sido dos las noticias que han llamado mi atención.
La primera es la suspensión de las procesiones en Semana Santa por parte de la Diócesis de Cartagena (en línea con el resto de CCAA de nuestro país). Esto no es ninguna sorpresa y cualquiera se lo veía venir. No obstante, se hace de nuevo amargo no disfrutar de una fiesta en la que tradición, arte e interés cultural se dan la mano y llenan las calles. Especialmente, la procesión de los salzillos de Murcia, a la que tenía previsto asistir este año. Por otra parte, vemos cómo los últimos coletazos de la ola repercuten como siempre en la atención hospitalaria, batiendo Cartagena records con respecto a hospitalizados a causa del maldito virus.
Cuando leía esta última noticia me era imposible no recordar esas imágenes de las principales calles cartageneras hasta arriba de gente esta Navidad y, lo peor, cómo las autoridades del municipio y de la comunidad autónoma miraron, en Cartagena y en Murcia, para otro lado bajo el pretexto de “Salvar la Navidad” o cualquier otro eslogan de m*erda que más de un iluminado compartió por redes sociales en el mes de diciembre. En política a esto se le llama dejación de funciones, pero en Murcia no suele pagarse u otro gallo cantaría.
Y ahora me planteo teniendo cerca los horrores de la tercera ola, ¿qué le diríamos a alguien que publicase hoy algo como “Salvar la Semana Santa”? Me temo que pasaría poco o nada porque, aunque haya sucedido por tercera vez, todavía no lo pillamos; cuanto más nos despistemos de las normas, más contagios habrá y ello acarreará más muertes. Lo que más va a serle útil a la economía y a nuestras fiestas de cara al futuro es que no se nos “vaya la cabeza” y que tengamos dos dedos de frente.