El 10 de septiembre, se conmemora el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, una fecha muy importante que tiene como objetivo visibilizar un problema silencioso pero a su vez devastador como es la pérdida de miles de vidas cada año a causa del suicidio.
En España, 4.003 personas se quitaron la vida en 2021. En 2022, fueron 4.097. El grupo de adolescentes y jóvenes merece especial atención ya que en 2021, el suicidio fue la primera causa de muerte entre los 12 y los 29 años, con un total de 336 muertes registradas. A ellas se suman dos menores de 12 años, lo que eleva la cifra a 338 suicidios en menores de 30 años solo ese año.
Pero esto no solo son cifras, son nombres, son una historia, es un círculo de afecto roto por el dolor, son familias, es un drama humano. Detrás de cada suicidio hay una historia de sufrimiento no atendido, de señales no vistas, de estigmas que impidieron pedir ayuda.
Decimos que la salud mental importa, pero seguimos sin darle el lugar que merece en nuestras políticas públicas, en nuestros sistemas educativos o incluso en nuestras conversaciones diarias.
Pedimos a los jóvenes que hablen, que expresen lo que sienten, pero ¿realmente les estamos escuchando?.
¿Qué clase de sociedad estamos construyendo si lo más devastador que puede pasarle a un joven (sentirse solo, incomprendido o sin salida) termina convirtiéndose en algo irreversible?
Hoy, más que nunca, debemos convertirnos en una sociedad que escucha, que empatiza. Pedir ayuda no es debilidad, es un acto de valentía. Y estar ahí para quien lo necesita puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Si (
No(
