Algunos rasgos físicos, maneras, gestos, expresiones... son de nuestras madres. Aunque ya no estén con nosotros, esa herencia nos acompaña siempre. A veces está ahí de manera impercentible. En otras ocasiones nos reconocemos en ellas, cuando las palabras que antes iban dirigidas a nosotros, ahora se las decimos a nuestros hijos.
"Las madres no se van nunca", asegura Magdalena Sánchez Blesa en su poema semanal en Siete Días, "se quedan en los espejos para ver cómo sus hijos se les van haciendo viejos".
Yo pensaba que mi madre estaba en su tumba fría
y la he encontrado en mis hijos, llevo su boca en la mía.
Mis andares son los suyos, mis gestos y mi mirada.
Si me dirijo a mis hijos, utilizo sus palabras.
Todo lo que ella decía, lo dijo sin darme cuenta.
Toso como ella tósía. Gasto las bromas de ella...