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El día que la vivienda reviente (otra vez)
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El día que la vivienda reviente (otra vez)

No solo nos es dificilísimo soñar con que algún día tengamos una vivienda propia; es que hasta el mero hecho de pensar en irnos de alquiler se nos hace cuesta arriba

Por Carlos Cárdenas Blesa
jueves 29 de agosto de 2024, 04:41h
Parece que en España tenemos una especie de maldición con el sector de la vivienda, que solo se une a otra de nuestras maldiciones patrias, que en otros artículos he repetido: la tendencia al pelotazo, el dinero fácil y la burbuja especulativa.

Quien escribe esto y prácticamente toda su generación (la que se sitúa en los parámetros de la clase trabajadora y aquella que en el pasado se denominaba clase media) ha visto su escala de valores y aspiraciones completamente alterada. De pequeños nuestros padres y madres, escuela y sociedad nos criaron en un modelo aspiracional que (seamos justos) esperaban que se cumpliese con nosotros: estudiar, conseguir un trabajo bien remunerado y en mejores condiciones que los que ellos habían tenido, y lograr las aspiraciones de clase media (casa, coche, vacaciones, etc.).

Ha sido en nuestra generación en la que la realidad ha caído como un jarro de agua fría sobre nosotros. Sabemos que ese modelo de vida, el estado del bienestar, era más un espejismo que una realidad. No entraremos aquí a analizar las causas estructurales que nos han llevado a la compleja crisis que vivimos, pues es una cuestión amplia y difícil. Volvamos mejor a lo concreto: con nuestros salarios mileuristas (en el mejor de los casos), los alquileres por las nubes en una burbuja especulativa que bebe de diversos elementos unidos en la tormenta perfecta (pisos turísticos, falta de vivienda pública, inflación…) no solo nos es dificilísimo soñar con que algún día tengamos una vivienda propia; es que hasta el mero hecho de pensar en irnos de alquiler se nos hace cuesta arriba.

Para quien dude de mi crítica, o piense que voy escorado hacia un lado, seré claro: me parece que el gobierno está llevando a cabo una política del todo insuficiente en materia de vivienda, que para mí roza una falta de respeto absoluta a lo que dicen representar. Me da por pensar que, en términos electoralistas, los partidos saben que, dado que España es un país envejecido, una importante parte de sus votantes siempre serán generaciones mayores que sí poseyeron acceso al mercado inmobiliario y que, por tanto, forman parte de quienes alquilan. Y al final todo el que puede se sube siempre al carro de la subida de precios, ¿no? En los planteamientos ideológicos de esta sociedad (que algunos aspiramos a cambiar), nadie va a ganar menos si puede ganar más.

El problema es que la política parlamentaria es cortoplacista, y los que ahora tenemos entre veinte y treinta años alguna vez tendremos cuarenta, cincuenta y sesenta. Solo espero que a mi generación no se le olvide todo esto. No es país para jóvenes, y no confío en que el gobierno sea lo suficientemente valiente como para tomar una decisión firme que nos ayude. Pero eso no cambia en nada mis planteamientos políticos: el inmigrante que viene a trabajar por cuatro perras está más jodido todavía, porque al menos la mayoría de nosotros tenemos aquí familias que nos ayudan como buenamente pueden. Un lugar al que volver.

Quiero acabar considerando los aspectos sociales de esta problemática. Me da suma pereza el escuchar que los jóvenes no tenemos hijos o formamos familias porque nos hemos vuelto unos individualistas egoístas y narcisistas y preferimos pagar el Netflix y el Spotify, o por el feminismo, o la agenda no sé qué, o los woke, o cualquier otra ida de olla. ¿Y saben por qué desde ya saben ustedes dónde se usan estos discursos? Porque es lo fácil, achacar las cosas a cuestiones culturales o ideológicas, como si estas se produjesen en el vacío. Porque cuestionar las causas materiales es lo difícil. ¿Quién en su sano juicio tendría un crío si el alquiler se come la mitad de su paupérrimo sueldo? Por mi parte, estoy deseando que esta burbuja especulativa absurda estalle, de una forma u otra, como también la del turismo, o como la de los supermercados. No me daría ninguna pena. No les debemos nada, ni yo, ni nosotros.

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