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Cuando descubrí que el mundo era más grande
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Cuando descubrí que el mundo era más grande

Desearía que estas personas, sobre todo aquellas jóvenes que están en una de las etapas más importantes de su vida, puedan en el futuro conservar tan buena imagen de la Alhama tolerante que yo, afortunadamente, pude vivir. Es nuestra responsabilidad hacerlo posible

Por Carlos Cárdenas Blesa
Muchos relatos que he leído a lo largo de mi vida sobre el 'descubrimiento' de la identidad de género y orientación sexual de adolescente, sobre todo cuando se trata de una persona de un pueblo, muestran un patrón claro: una sociedad anticuada y homófoba, en la que las vejaciones están a la orden del día; un sistema en el que los cargos de responsabilidad (escolares, institucionales, de seguridad) miraron demasiado tiempo para otro lado; una adolescencia marcada por recuerdos que jamás van a ser olvidados, y que sin duda van a condicionar a esa persona toda su vida.

Las historias suelen continuar como sigue: la persona sale del ambiente retraído, reaccionario, y va a lugares -ciudades, ambientes más abiertos y tolerantes- donde por fin puede tener una vida, desde luego, mucho más plena en aspectos tan sensibles como su identidad, o incluso poder vivir plenamente sus primeras relaciones sexuales y amorosas. Esta habrá sido, tristemente, la vida de mucha gente que debió sentirse asfixiada en según qué ambientes. En mayor o menor medida, todos conoceremos algún caso, y aunque parezca algo propio de otra época, de una u otra forma se reproducen muchos patrones así aun a día de hoy.


Yo voy a contar la experiencia contraria.


Cuando comencé a estudiar en la Universidad de Murcia con dieciocho años, y a conocer a nuevas personas de toda la Región y de otras provincias -ya saben: gente de tu clase, amigos de amigos, nuevas relaciones, etc.-, yo tenía una idea preconcebida que me estalló completamente como una burbuja, aquella en la que yo -afortunadamente- había vivido. El caso es que descubrí que mi realidad, la que me había aportado el vivir en Alhama de Murcia, ir al Instituto Miguel Hernández y hacer mi grupo de amigos (y mi familia, y sus familias y, en fin, toda la gente de mi alrededor), no era la de todo el mundo.


Seré claro con ello: yo pensaba que cualquier adolescente gay habría vivido la misma experiencia que yo había vivido; esto es, una adolescencia normal. Sin acoso. Sin incomprensión. Con tolerancia. Fue, de hecho, el salir de Alhama, lo que me hizo darme cuenta de lo que otros habían vivido: ir con miedo por el Instituto, recibir insultos, todo tipo de bullying, no poder hablar con normalidad con sus familias sobre su orientación sexual, e incluso algún contenido 'escolar' de otra época. Son cosas que me han ido contando amigos y conocidos de ciudades -algunas de las cuales más grandes, pero desde luego no más modernas- terriblemente cercanas a la mía, y a la vez tan distantes.


Cuidado, porque con este texto no pretendo tampoco dulcificar la imagen de mi querido pueblo, ni decir que en Alhama no haya existido o no exista LGTBIfobia; está claro que sí. Sé que ha habido compañeros míos que, por mostrarse tal y como eran en el Instituto, han sufrido el acoso de algún imbécil -es verdad que afortunadamente la cosa tiende a cambiar conforme pasan las etapas-; sé que hay familias más comprensivas que otras; sé que hay gente que, por sus circunstancias, ha vivido en ambientes mucho más represivos en mi mismo espacio. Pero mi experiencia también existe. Es una más. Creo que también hay que tomarla en cuenta para romper ciertos tópicos.


Me crié en una familia tolerante. Fui a un Instituto público, con profesores de mente abierta -como no puede ser de otra forma-, y con una mayoría de compañeros y compañeras que también lo eran. Afortunadamente, nunca pasé miedo, ni viví situación de acoso alguna en mi pueblo, Alhama, por cómo era -y no precisamente por vivir escondido-. También sé que hoy la diversidad de orientaciones sexuales está mucho más aceptada, pero que otros miembros del colectivo LGTBIQ+ y personas queer todavía han de sufrir una incomprensión inexplicable, sobre todo la transfobia. Teniendo en cuenta esto, me gustaría cerrar este escrito en positivo: desearía que estas personas, sobre todo aquellas jóvenes que están en una de las etapas más importantes de su vida, puedan en el futuro conservar tan buena imagen de la Alhama tolerante que yo, afortunadamente, pude vivir. Es nuestra responsabilidad hacerlo posible.

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