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El chico con dos trabajos
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El chico con dos trabajos

Los jóvenes de hoy hemos vivido de frustración en frustración, podemos tener más títulos que un duque y haber estudiado toda nuestra vida y eso no nos permite superar un salario con el cual ni siquiera podemos salir de nuestra casa familiar

Por Carlos Cárdenas Blesa
Esta semana hemos asistido a nuestro enésimo fracaso como sociedad; como sociedad, claro, entendida como grupo humano que forma una comunidad estable en la que vivir. Si la entendemos, no obstante, como grupo de humanos que se depredan entre ellos en un “sálvese quien pueda”, entonces cada vez estamos más cerca del éxito.

No voy a entrar en detalles porque es de sobra conocido lo que ha ocurrido: un chico se ha hecho viral por tener dos trabajos dadas las circunstancias precarias de su familia, e insta a otros chavales de su edad que no tienen la vida tan jodida a aprovechar lo que tienen, dar gracias por ello, y no caer en vicios como las drogas. En otras palabras, que no se destrocen una vida que otros como él querrían tener.

Creo que entrar a valorar el comportamiento del chico es algo que sobra. Bastante tiene con lo que tiene, y es perfectamente comprensible que en su situación haya querido, de buena voluntad, ofrecer su punto de vista sobre la necesidad de valorar la situación de uno. Lo que verdaderamente me interesa, y en lo que voy a detenerme, ha sido en la nada inocente reacción social que ha suscitado: un empresario le ha regalado un coche, ha salido en platós de televisión, y figuras como el presidente andaluz Juanma Moreno Bonilla (PP) han salido loando su esfuerzo y actitud. Se ha convertido en todo un ejemplo.

Como mi generación, la de las crisis económicas infinitas, la de “estudia lo que te guste” y luego te comes los mocos, la que asiste impotente a la destrucción del estado del bienestar, está curada de espanto, poco nos sorprende esta reacción popular. Romantizar la pobreza, la explotación y la miseria es algo a lo que estamos de sobra acostumbrados: este no es el primer caso, ni va a ser el último. No faltan cada cierto tiempo los vídeos virales, como aquel otro chaval que salía hace unos meses porque en sus tiempos muertos de trabajo de rider se ponía a estudiar en la calle, o esos artículos que sacan incluso diarios supuestamente progresistas sobre la última tendencia entre los jóvenes: rebuscar entre la basura o compartir un piso entre diez.

A ello le sumamos, además, la condescendencia con que ciertas personas de la generación del baby boom nos tratan, cuyo argumentario se resume en: “nos os quejéis tanto, que yo trabajaba desde los catorce”; “tendríais dinero para vivir si no tuvieseis tanto Netflix y salieseis de fiesta tanto”; “os gusta mucho quejaros”.

Bien, pues todo esto no pone de manifiesto sino la absoluta victoria que está consiguiendo la ideología imperante, una batalla cultural que se acusa a los “progres” de estar monopolizando, y nada más lejos de la realidad. Estamos volviendo a un peligroso pensamiento que nos retrotrae, no ya a décadas atrás, sino como mínimo, al siglo XIX. De hecho, no me extrañaría ver en algunos años a alguien haciéndose viral por justificar el trabajo infantil; total, ahora se ve bien que un chico de como mucho veintialgo trabaje doce horas al día y no tenga ni la oportunidad de estudiar.

Cada día que pasa se justifica más la precariedad, y se oculta tras un halo de solidaridad cristiana en la que, que una persona salga de una situación de miseria, no depende ya de todos como sociedad, sino de la caridad de las personas. Lo que digo: siglo XIX. La situación del chico no es ejemplo de nada, sino el drama social en el que vivimos actualmente. La situación del chico reclama respuesta colectiva, levantarse y salir a la calle, y decir que es una vergüenza inhumana que una persona deba tener dos trabajos para vivir y aun así con ello le cueste llegar a su familia a fin de mes. No necesitamos acciones caritativas empresariales de regalar coches, sino salarios dignos que permitan vivir, y las mismas oportunidades de estudiar y poder mejorar su situación social para todas las personas, independientemente de su lugar y situación de nacimiento.

Necesitamos reconquistar el debate público, tan destruido por medios interesados y redes sociales llenas de “criptobros” y justificadores de la miseria. Necesitamos que la sociedad se horrorice al ver estas situaciones, y no las aplauda y las loe como un ejemplo a seguir. Necesitamos que las personas de otras generaciones, que también pasaron lo suyo −y somos conscientes−, entiendan que nosotros, los jóvenes de hoy, hemos vivido de frustración en frustración, que podemos tener más títulos que un duque y haber estudiado toda nuestra vida, y que eso no nos permite superar un salario con el cual ni siquiera podemos salir de nuestra casa familiar.

Ojalá llegue un día en el que entendamos que la única manera de atajar estas situaciones y recuperar derechos perdidos −si no, siempre tenemos la posibilidad de legalizar el trabajar 13 horas al día como en Grecia−, es una respuesta contundente de todos como sociedad; el primer paso, sin duda, debe ser denunciar estas situaciones en lugar de aplaudirlas.

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