Con la que está cayendo, hablar sobre esto puede considerarse una frivolidad, soy consciente y asumo mi culpa, pero uno es uno y la historia que arrastra con él, y yo me siento incapaz de pasarle por alto a nuestro vicepresidente segundo la puyita. Soy perfectamente consciente de que está colocada ahí para que no hablemos de la de Sánchez baboseando a los etarras, y esta misma para que no hablemos de los Presupuestos, el Plan de reconstrucción qué hay que mandar a Europa, o, en general, de la desidia y la inacción que ha derrochado este gobierno en los últimos años (acentuada si cabe con el añadido de Unidas Podemos tras las últimas elecciones).
Soy consciente, y sin embargo no me puedo callar. Probablemente porque me fui a estudiar a Valencia con diecisiete años y allí la gente no hablaba como yo. Probablemente porque hace nada que hablaba con una catedrática universitaria que me contaba sus reparos a que le hicieran entrevistas radiofónicas, o probablemente, porque me toca las narices.
Los murcianos, en realidad, escribimos mejor que la media. No cometemos, por lo general, laísmos, loísmos o leísmos que tan frecuentes son en la meseta, no confundimos las ces con las eses, ni solemos cometer los fallos garrafales con el verbo haber que cometen los catalano-parlantes. Sin embargo, llega la hora de abrir la boca y nos morimos. Que lea otro, que hable otro, yo, si eso, le hago el informe. Cada murciano que habla en público ha tenido que vencer unos reparos que no tienen los habitantes del resto de regiones de España. Los distintos acentos andaluces se celebran y exageran, los hablantes de las lenguas vernáculas cooficiales hacen porque se les note su incomodidad con el castellano, pero los murcianos… los murcianos callan.
La puñalada trapera de Iglesias no era casual. Iba derecha a dar donde más podía doler, a achicar al murciano, a mandarlo a su lugar, a intentar recalcar quien es el señorito y quien el tío de la boina. Durante demasiado tiempo nos han mantenido apartados, callados, mirando al suelo, retorciendo la boina y apretando los dientes. Hacer chistes a los murcianos es gratis. Negarles el agua es gratis. Repartirles sistemáticamente una ración menor de la que les correspondería es gratis. Vocaliza mejor, que no se te entiende.