A lo largo de la semana pasada se sucedieron una serie de acontecimientos y decisiones que no pueden obviarse. La destitución por parte del señor Marlaska, ministro de Interior, del Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid, por negarse este a incumplir la ley e informar al ministro sobre las investigaciones que comprometían al delegado de gobierno de Madrid es un escándalo y un gravísimo síntoma de la descomposición moral del ejecutivo.
El nombramiento de un afín en su lugar, saltándose el escalafón y el protocolo de la Guardia Civil, el aviso de la ex-ministra de Justicia, actual fiscal general a la Abogacía del Estado de que "prietas las filas o se atendrán a las consecuencias", y el intento de taparlo todo aplicando por fin el aumento de sueldo que ya aprobó el Partido Popular y llevaba retrasándose dos años no pueden ser tapados con los insultos, morisquetas y salidas de tono del vicepresidente segundo, por muy escandaloso y faltón que resulte, y por muy fuera de lugar que estuvieran en, precisamente, la comisión para la reconstrucción del país (que menudo nombre).
Cuando hoy me encuentro memes en los que se afea que "cause más indignación la destitución de un solo guardia civil que la de los sanitarios que ya no se necesitan por haber pasado lo peor de la crisis sanitaria" no puede uno sino apenarse. No. No es la destitución de un guardia civil. Es un gravísimo delito cometido por el ministro de Interior de España que no debería quedar impune.