Si algo ha quedado claro durante estos meses es que a la izquierda le molesta el feminismo real. Ese que nace de mujeres que no renuncian a nada: ni a su maternidad, ni a su profesión, ni a su vocación pública.
Ellos prefieren el feminismo de pancarta, de foto, de discurso impostado. Ese feminismo que no amenaza sus privilegios. Ese feminismo de escaparate, siempre que la protagonista sea “de los suyos”.
Pero cuando la mujer que reclama respeto es de derechas, entonces la cosa cambia: desaparece la sororidad, se esfuma la empatía y aflora la visión rancia de siempre, esa según la cual una mujer que es madre debería apartarse y dejar espacio. Porque su presencia (así lo demuestran una y otra vez) les resulta incómoda.
La historia de mi compañera Miriam es el otro ejemplo.
En septiembre solicitó algo tan básico como poder asistir a los plenos de forma telemática tras dar a luz. Nada extraordinario: la ex alcaldesa de Santomera lo hizo sin problema. Sin embargo, a Miriam se le negó. ¿Por qué?
Porque para algunos, cuando la maternidad la vive una mujer que no piensa como ellos, deja de ser un derecho y pasa a ser un estorbo.
En noviembre hizo el esfuerzo de acudir pese a estar en plena lactancia. Se hizo un descanso de cinco minutos (como otras tantas veces se hacen en otros plenos) y Miriam pudo dar pecho a su bebé y llegó para cumplir con su responsabilidad. Pero eso no fue suficiente.
Antonio García, de Izquierda Unida, decidió atacarla públicamente. No habló de falta de conciliación del Ayuntamiento. No habló de la injusticia de negar una modalidad telemática que sí se permite a otros cargos. No habló del esfuerzo de una madre que intenta estar en todo.
No.
Lo que hizo fue señalarla, ponerla en duda, tratar de ridiculizarla: en sus declaraciones se ve su falta de humanidad, el miedo acomplejado y las mentiras de quien no tiene ni idea de lo que es ser mujer, tener un hijo o una familia. Intentando manchar la imagen de Miriam como una prueba de irresponsabilidad; como si la entrega a su bebé fuera algo reprochable; como si la maternidad fuera una excusa y no una realidad física, emocional y vital que él jamás experimentará y, a la vista de sus palabras, tampoco comprende.
Este tipo de actitudes no son nuevas. Yo misma las viví en 2020, cuando el Partido Socialista publicó que yo había “fracasado como concejal” mientras yo estaba literalmente dando a luz. No se conformaron con eso: acudieron a un programa local a seguir golpeando y hasta salieron en prensa en un momento donde saben que no podía defenderme.
La realidad de todo esto es que a la izquierda le molesta profundamente las mujeres que no se quiebran. Las que vuelven, las que siguen, las que concilian, las que no renuncian. Les incomoda que exista un modelo de mujer fuerte, profesional, valiente, madre y comprometida que no depende de ellos ni encaja en su relato ideológico. Les molesta que haya mujeres que, desde su libertad y autonomía, demuestran que sí es posible ser madre y ocupar un espacio público, aunque algunos quieran arrebatárselo.
Porque ese es el fondo del asunto: no es que no entiendan la maternidad; es que no soportan que una mujer que es madre no desaparezca. Les incomoda que siga opinando, decidiendo, liderando. Les incomoda que exista una feminidad fuerte, plena y libre que no pide permiso.
Por eso, desde estas líneas, vuelvo a condenar las actitudes machistas, misóginas y profundamente cobardes que tantos intentan ocultar bajo discursos progresistas. Tanto los que lo hace como las que lo tapan y lo permiten.
La sociedad que queremos no se construye atacando a mujeres vulnerables. No se construye humillando a madres. Y mucho menos con hipocresía.
Y permitidme decir algo más, no como concejal, no como compañera, sino como madre. Porque yo también he pasado por ahí. Sé lo que supone conciliar con un cuerpo agotado, con noches sin dormir, con la premisón de "cumplir" mientras otros opinan desde la comididad de su sillón.
Sé lo que duele que se cuestione tu compromiso cuando lo único que estás intentando es sacar adelante a tu hijo y tu responsabilidad al mismo tiempo.
Por eso, a todas las mujeres que hoy están viviendo situaciones similares, a las que son señaladas en sus trabajos, a las que sus compañeros cuestionan, a las que han sido apartadas, frenadas o incluso despedidas por ser madres.
Cada vez que una de nosotras resiste, todas avanzamos. Y cada vez que una de nosotras es atacada por ser madre, todas tenemos la obligación de alzar la voz.
Y no quiero olvidarme vosotros compañeros. Gracias a esos hombres que nos apoyan cada día, a los que entienden, a los que acompañan, a los que sostienen sin imponer, a los que no tienen miedo de una mujer fuerte, a los que nos empujan hacia adelante en lugar de frenarnos.
Porque sin ellos, sin esos hombres que caminan a nuestro lado con respeto y con igualdad real, nada de todo esto sería posible.