El Lunes de Pascua es un gran día como continuación de la Resurrección. Es un día de esperanza, alegría y vida nueva.
El fallecimiento del Papa Francisco no es solo la pérdida de un hombre, es el adiós a un pastor que caminó sobre la tierra como testigo del amor a Dios. Un guía que, como Pedro, cargó con el peso de cuidar a un rebaño que a veces se dispersa y otras se olvida de dónde viene.
El Papa no era solo un líder, ni una figura institucional. Es la roca visible de una promesa eterna, de una vida eterna.
Nunca olvidemos que hay una promesa que no falla.