Vemos consternados hoy al levantarnos −al menos los murcianos, a los que afortunadamente no nos ha pillado lo peor de la situación−, la tragedia producida por la DANA en Valencia (de momento, al menos 51 muertos). Vaya por delante mi mayor pésame para los fallecidos, mi máximo respeto por las unidades de emergencia y los encargados de rescatar a la gente que todavía sigue desaparecida, y mi dolor por las pérdidas a las que los valencianos van a tener que hacer frente.
Sin embargo, no puedo evitar pensar desde anoche en la madrugada, que empecé a seguir por las redes sociales la tragedia, si no se acabará convirtiendo en otro ejercicio de hipocresía en el que todas nuestras condolencias y rezos estén con Valencia, en el que todos debamos permanecer unidos, el cual erigirá en el futuro algún monumento y hará libros y documentales, pero que acabará tratando la catástrofe como algo inevitable, que sucedió simplemente porque no tenemos control absoluto sobre la naturaleza.
Esta hipocresía, que pretende lavar conciencias, la leía anoche en diversas redes en que se tachaba de miserable a la gente que señalaba los condicionantes políticos que habían derivado en una desastrosa gestión de la emergencia. Por contextualizar, Twitter estaba lleno de personas pidiendo socorro porque desde el 112 no les cogían el teléfono, de gente contando que estaba atrapada porque había tenido que ir a trabajar, y de personas que habían perdido el contacto con sus familiares y no sabían dónde se encontraban. En esta situación, ¿estamos seguros de que una catástrofe solo es una irremediabilidad natural, y no algo que también depende de la prevención humana?
Tratar de evitar la lectura política de este acontecimiento tal vez ayude a aliviar conciencias o a tapar −o pixelar− según qué cosas, pero es irremediable hacerla, y no creo que ello constituya un ejercicio de insensibilidad ante el padecimiento de dolor que está teniendo la sociedad valenciana, sino todo lo contrario. Todo es político en la medida en que la política es la herramienta que ha desarrollado el ser humano para administrar su vida en sociedad. Desde el negacionismo del cambio climático y las desautorizaciones bizarras a expertos de la AEMET, y aquellos periodistas liberales que se hacían eco de lo “orwelliano” que resultaba que el gobierno te enviase al móvil avisos de emergencias de manera automática, hasta la decisión de hacer a la gente ir a trabajar en un día como ayer en Valencia, o recortar en dispositivos de emergencia.
Que ante dramas de este nivel la respuesta colectiva y toda la ayuda que se le pueda dar a Valencia deba ser el punto central, no es incompatible con señalar que el día de ayer se tomaron decisiones, muy malas decisiones, que también hay que sacar a la luz, y cuyos responsables deben pagar con todas las de la ley. No se pretende embarrar el debate, ni dejar en segundo plano el dolor de las víctimas; de lo que se trata es de decir que esto no es simplemente un dramático acontecimiento. Que, en situaciones así, tiene mucha importancia la prevención, los recursos con los que cuentan las administraciones, la opinión de los expertos, el peso de la ley para prohibir a las empresas hacer trabajar a sus obreros, por encima de consideraciones políticas que han llegado mal y tarde, y por encima de cinismos empresariales que no se arriesgaron a parar una jornada de trabajo hasta que ya fue tarde, no fuera que el capitalismo se hundiera. Hoy, por cierto, mucha gente está yendo a trabajar en Valencia. La maquinaria no para.