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Y lo que nos queda por cambiar
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Y lo que nos queda por cambiar

Me niego a vivir en un mundo en el que lo único que cambia y mejora son los televisores, mientras que miles de familias y mujeres se enfrentan cada día a la misma lacra de la violencia machista

Por Antonio García Martínez

Si hay algo que sorprende claramente a todos es el cambio con el paso del tiempo, en el fondo da igual de lo que se trate, los avances en la tecnología, los coches de hoy en día comparados con los de hace 40 años, lo que descubren las nuevas investigaciones o incluso nosotros mismos, cuando comparamos las fotos de hace una o dos décadas con las de hoy en día, menudo cambio. Sin embargo vengo hoy a hablar del cambio de dos elementos más ligados de lo que podríamos imaginar a simple vista, en un primer lugar la televisión, y en otro la violencia machista e intrafamiliar.

La televisión ha dado un vuelco de campana, solo hay que pasearse por una tienda de tecnología y podremos ver televisores con una resolución increíble, muy ligeros, con colores fascinantes y con funciones hace unos años inimaginables. De igual forma ha sucedido con el contenido de los programas que a día de hoy se emiten y con la forma de tratar la información, a día de hoy la televisión es mucho más abierta a la hora de hablar de temas complejos e importantes, y las mismas cadenas de televisión son conocedoras del impacto que tienen en toda la población, tanto negativo como positivo.

No obstante hace unos años, unos 20 o 25 por ejemplo, las cosas no eran tan sencillas, los televisores contaban con un cajón enorme detrás de la pantalla, había solo 5 canales y aquí en España no se trataban muchos temas vitales para la sociedad, por lo incómodo que pudiese resultar. De esto era consciente Ana Orantes (1937, Granada), quien no solo corrió un grandísimo riesgo, sino que además pagó con su vida tener la valentía de contar su experiencia en 1997 como mujer maltratada hasta la saciedad por el que había sido su marido desde los 19 años, del que se había divorciado un año antes.

Dentro de que no quiero entrar en los detalles del maltrato o de su asesinato machista, solo queda hacer tres cosas: la primera es reflexionar sobre cómo ha cambiado todo, sobre cómo serán o cómo queremos que sean las cosas en el futuro, si queremos avanzar hacia un modelo de país más justo, solidario e igualitario, o si no, que al parecer hay una parte de la población (cada vez menor), que no quiere; la segunda es sencillamente dar las gracias, darle las gracias a Ana Orantes, por su valentía, por salir así en los medios y contar lo que había vivido, denunciar públicamente que ese trato no debía recibirlo nadie y que si alguna mujer la estaba viendo que fuese consciente de que debían salir de allí; y por último lo más duro, pedir disculpas, pedir disculpas como sociedad, porque no fuimos capaces de dibujar una sociedad de respeto, libre de violencia machista ni vicaria ni intrafamiliar, no fuimos capaces de crear un espacio seguro para Orantes, ni para los hijos de José Bretón, ni para Marta del Castillo; pero os aseguro que algún día lo conseguiremos y que mujeres y hombres no nos vamos a cansar de luchar por ello.

Me niego a vivir en un mundo en el que lo único que cambia y mejora son las televisiones, mientras que miles de familias y mujeres se enfrentan cada día a la misma lacra.

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