Uno de estos pasados días se produjo la investidura de la ya presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Las broncas en el parlamento madrileño no tardaron en aflorar, y nosotros nos detendremos en una de ellas. Resulta que Rocío Monasterio, la portavoz del partido extremamente liberal VOX, señala a uno de los diputados de Podemos, Serigne Mbaye Diouf, de origen senegalés y cara visible del Sindicato de Manteros. Lo cierto es que los ataques partieron hacia un doble ámbito: el haber entrado en España de manera irregular, y el haber formado parte de un oficio criticado por el partido como deshonesto y desleal frente a las pequeñas empresas. Además, en uno de esos patéticos intentos de VOX de hacer demagogia obrerista, Monasterio acabó relacionando todo ello con el “abandono de la clase trabajadora” (¿?). Vamos, que Serigne Mbaye es una especie de estafador culpable de los males que asolan al pequeño autónomo español y de que suban la factura de la luz, o algo así, tant se val.
Lo que quiero extraer de este discurso, de esos que dicen lo que tantos españoles piensan, es el peligro con que la diputada de VOX formuló los términos para dirigirse a ese diputado, porque en todo momento parecía estar dudando voluntariamente de su condición de tener la nacionalidad española, y por tanto, ser español. Parecía dirigirse a él como ella lo veía: un inmigrante ilegal. Vaya por delante que la falta de respeto sería la misma fuese o no español, inmigrante regular o irregular. Pero no deja de ser sorprendente que un partido que se trata de presentar a sí mismo como defensor último de la nación española sea capaz de negar esa condición a un ciudadano de pleno derecho de la misma. Y no fue solo ese día, en otra ocasión, cuando se conoció que Iglesias fichó a Serigne Mbaye, VOX colgó en sus redes el siguiente mensaje refiriéndose al ahora diputado: “Nosotros le deportaremos”.
Hasta cierto momento, yo había llegado a pensar que VOX, en su defensa de un Estado centralizado y antiautonómico, había bebido de una u otra manera de lógicas gustavobuenistas y de DENAES (Fundación para la Defensa de la Nación Española); que, hasta cierto punto, tenían un componente algo así como jacobino. Nada más lejos de la realidad: nos encontramos ante unas gentes que están negando la condición política de pertenencia a la nación, o lo que es lo mismo, negándole a alguien que tiene la nacionalidad española su condición de español.
La diferencia de matiz tiene gran importancia: una nación, tal como la entendemos, en el sentido de Estado-nación, puede definirse de manera política a través, normalmente, de una Constitución que regule el modo en que se ejerce la soberanía sobre un determinado territorio por un conjunto de administraciones e instituciones. Y forman parte de ella quienes cumplan los requisitos que se estipulen para hacerlo, que no se reducen, evidentemente, a haber tenido que nacer en el lugar regido por ese Estado. Esto quiere decir que Serigne Mbaye es español. Punto. No hay vuelta de hoja. Da igual su dedicación, cómo llegó o dejó de llegar, su religión, sus ideas políticas, etc. etc. etc. Como decían algunos cuñaos con sorna e intención de atacar en ciertos momentos de tensión territorial en este país, hago mía ahora su frase y la repito: efectivamente, lo pone en su DNI.
Esto quiere decir que VOX ha traspasado la pura xenofobia y racismo de ataque hacia los inmigrantes o, más bien, hacia ese inmigrante metafísico no por ellos construido, pero sí explotado, que quita el trabajo pero a la vez recibe ayudas estatales, para pasar directamente a atacar a ciudadanos españoles de pleno derecho por determinadas características o condiciones personales. VOX ataca de otras formas a Sánchez o a Iglesias, pero desde luego no se les ocurre decir que les deportarán, porque nacieron aquí.
El melón que se abre con esto es muy peligroso, ¿se dan cuenta? VOX y la caterva de españoles de bien que los siguen están definiendo, de este modo, lo que es ser español en términos no políticos, sino étnicos, culturales, y por qué no pronto ideológicos. Y, por supuesto, si se renuncia al criterio objetivo de decir que es español quien tiene la nacionalidad, entonces, ¿quién define quiénes son o no españoles? Yo les resumo: un musulmán no es español, uno que ha venido en patera tampoco es español; pronto, uno que hable otra lengua que no sea el castellano es menos español, y para quienes vienen de América y no de África, bueno, como hay que exaltar a la vez la hispanidad, se les pone un poco por encima, pero siempre desde un prisma de superioridad occidental.
No se trata ya, como ven, de la retórica que desde hace tiempo vienen utilizando y que hasta cierto punto ha dado sus frutos políticos y electorales de buenos contra malos españoles, siendo estos últimos los izquierdistas que se han atrevido a pactar con los batasunos, filoetarras y no sé qué más. Lo cual significa, si aplicásemos la proporcionalidad del parlamento, más o menos, a la sociedad, considerar malos españoles a aproximadamente la mitad del país. No, ahora la cosa va más allá, y si criticas su proyecto, y por alguna condición tuya individual de origen, etnia, etc. pueden tirar del hilo, llegarán incluso a no considerarte español pese a que objetivamente, y con todas las de la ley, lo seas, tanto como ellos.
Creo que no hace falta recordar lo que supone dejar de lado la base política y entender la nación bajo criterios puramente etnoculturales y, más allá, utilizarlos como elemento de exclusión, ¿verdad? Ahí tenemos la Historia, para ver lo bien que salió aquello siempre.