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Saberes y raíces

La velocidad y la profundidad de la evolución de las condiciones de vida generales que se ha dado a lo largo de todo el siglo pasado, ha condicionado que muchas formas de vida, saberes ancestrales y hábitos culturales se pierdan irremediablemente o estén a punto de perderse

Marga Estrada | Viernes 19 de febrero de 2021


Nuestros padres y abuelos constituyen la generación que más rápida y drásticamente ha visto cambiar sus hábitos y condiciones de vida en España. Muchos de ellos, en su infancia o juventud vivieron como habían vivido sus padres, abuelos y tatarabuelos, en casas sin agua corriente ni electricidad, labraron con mulas, bebieron de la cántara y trenzaron el esparto, y sin embargo, hoy, hablan con sus nietos usando el skype o el zoom.

La velocidad y la profundidad de la evolución de las condiciones de vida generales que se ha dado a lo largo de todo el siglo pasado, ha condicionado que muchas formas de vida, saberes ancestrales y hábitos culturales se pierdan irremediablemente o estén a punto de perderse. Los que saben o sabían hacerlos pierden la oportunidad de ejercer su saber habitualmente, envejecen sin trasmitir sus conocimientos y habilidades a las nuevas generaciones al haberse roto la cadena natural de trasmisión de las mismas, y si dejamos que mueran o se incapaciten sin hacerlo, estos tesoros etnológicos, estas raíces que, en cierta forma, nos hacen ser quienes somos y condicionan nuestra identidad, mueren con ellos.

Muchos son los que se han dado cuenta de estos procesos y han intentado salvaguardar estos conocimientos por su cuenta o desde las instituciones, desde los folcloristas científicos y aficionados hasta instituciones locales, regionales, estatales e incluso supranacionales, como es la UNESCO. Cuando estas prácticas han dado con las personas adecuadas, los mecanismos de trasmisión protección se han puesto en marcha. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en el bordado de Lorca, declarado bien cultural inmaterial de España, en proceso de ser catalogado por la UNESCO patrimonio de la Humanidad.

Aunque ahora solo perviva de una manera prácticamente festiva, la matanza tradicional del cerdo formaba parte sustancial de la forma de vida de nuestros abuelos a lo largo y ancho de España y los matachines o matarifes, los encargados de dirigir esa liturgia comunal de aprovechamiento total.

Hoy estamos a tiempo.

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