Colaboraciones

Visto el pueblo, visto el mundo

Mientras no consigamos que nuestros jóvenes aprendan que los que pierden con estas estupideces son ellos mismos, tenemos un problema

Marga Estrada | Lunes 22 de junio de 2020


Ayer hería nuestra sensibilidad la pintada sobre la estatua de Cervantes en Estados Unidos, y hoy nos levantamos con la noticia de las pintadas sobre la puerta de la iglesia de San Lázaro y el escaparate de Perán. La misma inconsciencia, el mismo analfabetismo funcional que posibilita que ocurra aquello en San Francisco lo posibilita aquí.

No sabe uno qué le agrede más, si el vandalismo sobre el espacio público, sobre el patrimonio de todos (también de aquellos que lo destrozan), si la flagrante estupidez e ignorancia que demuestra el acto, o su presumible gratuidad.

Ni una ni otra acción son espontáneas ni en ellas consiste el problema real. Son simplemente síntomas, manifestaciones, de problemas larvados que han ido alimentándose por personas y organizaciones a las que les interesa “la tensión”, el mantener a los jóvenes “luchando” contra supuestos “enemigos”, no vaya a ser que se paren un momento, piensen y se den cuenta de quienes son los que realmente se benefician.

La rápida actuación de la policía local ha conseguido identificar a los presuntos perpretadores del vandalismo. Un par de chicos de dieciocho y veinte años que se habrán sentido muy mayores, auténticos “luchadores por la libertad” escribiendo sobre patrimonio protegido “una protesta” contra no se sabe qué, contra no se sabe quién, para conseguir quién sabe qué.

Mientras no consigamos que nuestros jóvenes aprendan que los que pierden con estas estupideces son ellos mismos, tenemos un problema.

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