Entonces se inventaron la segunda triquiñuela: el caciquismo y el pucherazo. Que, en resumen, consistía en manipular las elecciones para que saliese lo que se quería de antemano, por parte del gobierno. Se consagraba así el llamado turnismo entre los dos principales partidos monárquicos. De vez en cuando se metía algún indeseable socialista o republicano, pero eso en las grandes ciudades, como Madrid, Barcelona o Valencia. Pero como España era todavía una utopía tradicionalista y rural, no había problema. El turno siempre ganaba.
Pero entonces llegaron los dichosos bolcheviques, conspiradores eternos, destructores de la nación, y se sacaron de la manga una Constitución nueva en 1931, echaron al rey, y proclamaron la República. Y en esa Constitución, se les ocurrió escribir que todos los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrían los mismos derechos electorales. ¡Alto! Que sé que me van a sacar el tema de Clara Campoamor y Victoria Kent y que si el PSOE votó contra el voto femenino. Es verdad que Victoria Kent se opuso al voto femenino porque pensaba que las mujeres en España estaban muy poco formadas para ejercer ese derecho político; no es verdad que Victoria Kent fuera del PSOE. La confusión, probablemente intencionada, viene de que alguna vez se la ha llamado “socialista”, pero lo cierto es que Kent pertenecía al Partido Republicano Radical Socialista, nada que ver con el PSOE, cuya mayoría fue determinante para que saliera adelante la aprobación del artículo que concedía el derecho a voto a las mujeres.
Con los cargos que podían entrar en política más de lo mismo. A lo largo del siglo XIX, existieron varios requisitos para poder llegar a cargos políticamente altos, como Diputados. Y, aunque estos cobrasen, en la práctica la labor parlamentaria estaba reducida a la pequeña élite oligárquica de España, es decir, que los diputados no eran precisamente unos harapientos. El sistema político era muy, muy restrictivo. ¿Y a quién se le ocurrió eso de que los políticos cobrasen? No tengo ni idea, pero seguramente debió tratarse de una propuesta bastante progresista. Permitir que alguien viva de un cargo político, en principio, significa abrir la puerta a ser político a cualquier persona, por muy desposeída que sea. Evidentemente, en la realidad esto adquiere importantes matices como que cuanta más pasta tienes, mejor campaña puedes montarte, o que en la Españilla de Tormes haya mucho pillo que se aferra a la política para pegarse la vidorra. Y aunque no sea tal vez una opinión muy popular, sinceramente, no creo que la mayoría de políticos tengan tampoco esas intenciones ni perspectivas. Y muchos de los que sí, ya tenían esa vidorra de antes.
Y así, por mucho que debió pesarle a los oligarcas del régimen, los trabajadores pudieron empezar a optar por participar y entrar en la vida política. Hasta hemos tenido algún presidente del gobierno de orígenes bien obreros. No sé, tal vez haya quien preferiría crear una tecnocracia de gente especializada, y que la política se convierta en una profesión más. Yo creo que eso se aleja mucho de la concepción de política que se debe tener en una democracia: el político es, por encima de todo, un representante, en el que se ha delegado una responsabilidad por parte de la gente. En base a ello, él o ella debe intentar hacer valer los intereses sociales. Da igual a lo que se haya dedicado; de hecho, quizás sea más interesante que quienes ocupen esos puestos sean personas que no hayan vivido desconectadas de la realidad, que sepan lo que es un sueldo miserable, no poder pagar vivienda, trabajar para malvivir, ver cómo se encarece la vida… (y lo digo por políticos de todas las ideologías). Y, sobre todo, ¡Que no se les suba a la cabeza!