Colaboraciones

La banca gana

En las últimas semanas ha aparecido un movimiento de protesta por el tratamiento inaceptable, injusto y en ocasiones vergonzoso que las entidades bancarias están ofreciendo a nuestros mayores y a los que no son tan mayores. Y lo suscribo punto por punto pero, eso sí, planteo una duda: ¿Es que no lo vimos venir?

Paco Espinosa | Jueves 10 de febrero de 2022


¿Te acuerdas de Eva? ¿Te acuerdas de Víctor o de Miguel Ángel? ¿No te acuerdas de Jesús o de Marisa? Sí, esos trabajadores tan simpáticos (o no tanto, según el carácter) que te atendían cuando entrabas en tu banco. Víctor o Marisa eran los cajeros que estaban ahí todos los días cuando ibas a ingresar tu dinero o, como no te llevas bien con los cajeros automáticos, les pedías hacer algún reintegro de tu cuenta corriente. Los mismos que, mientras que contaban el dinero que acababa de salir del dispensador, te preguntaban cómo le habían ido a tu hijo los exámenes de Selectividad o que tal había salido tu marido o tu mujer de la operación de hernia discal a la que se había sometido.

Eva era la directora de la oficina, sí, esa chica tan simpática que, flanqueada en su mesa de despacho por una batería de cocina, juego de sartenes o una enciclopedia, miraba atentamente la pantalla del ordenador y te informaba de cuál era la mejor fórmula para conseguir ese préstamo con el que ayudarías a tu hija a costearse la carrera. Si no Miguel Ángel, el subdirector, lo haría. Era su trabajo y además, por qué no decirlo, ellos ganaban con esas operaciones. Es lo suyo, cuando trabajas ganas dinero.

También estaba Jesús, un tipo siempre muy bien vestido que entraba y salía con prisa de la oficina y que, aunque no lo conocías demasiado bien, según te habían dicho, era uno de los gestores comerciales de la misma. Siempre era cortés y con una sonrisa te daba los buenos días.

Trabajaban en esa oficina también Leticia y Pablo, pero esos no eran tan simpáticos contigo o no tenías tanto trato con ellos. Aún así, cuando recogías varias bolsas de naranjas de tu huerto y se las llevabas como regalo a esas personas que te atendían siempre que lo necesitabas, no te olvidabas de ellos y les regalabas una.

Muchos de ellos terminaban, teóricamente, su jornada laboral a las tres de la tarde. Pero, aun así, comían algo rápido, volvían a la oficina y continuaban hasta pasadas las ocho de la tarde. Lo sabías porque te lo habían contado ellos. Trabajaban más y sin cobrar esas horas, para mejorar su situación, para ascender, para tener un futuro mejor.

Eran otros tiempos, ¿verdad?

Pero un día, Miguel Ángel y Marisa te dijeron que el banco estaba reduciendo plantilla. A él, aunque era bastante joven, el otro día lo viste y lo sigue siendo, lo habían prejubilado. A Marisa, directamente, la habían despedido en ese ERE. La crisis estaba minando a las entidades bancarias, y aunque el Gobierno al que tú has votado las había rescatado con tu dinero, éstas tenían que seguir consiguiendo resultados positivos. El día que te despediste de ellos fue triste. Una palmada en la espalda, un lo siento, “¿qué vas a hacer ahora?”, “pues no sé, porque con cincuenta y dos años de edad y la pensión (o la indemnización) que me han dado no sé a dónde voy”. Las colas en esa oficina comenzaron a ser cada vez más largas.

Menos mal que gracias a las nuevas tecnologías podías, poco a poco, gestionar cada vez más asuntos y no tenías que desplazarte a la oficina. No te llevas bien con el móvil ni con el ordenador, pero siempre estaba tu hijo que te ayudaba a resolver lo que no podías hacer, que era mucho.

Los bancos seguían en crisis y tenían que fusionarse. Había que tirar lastre. Es triste, pero sí, los trabajadores, aunque deberíamos ser su principal activo, somos lastre para las empresas. Esta vez les tocó a Eva y a Jesús. Él había optado por aceptar la compensación que le daban por irse. Sabía que el mercado laboral era y es un desierto. No hay puestos de trabajo, no hay nada. Pero sabía que lo podían echar por menos dinero y había optado por ‘darle al botón’ para irse él solito a la calle. A ella la degradaron de puesto y la enviaron a otra oficina bastante lejos de tu casa y de la suya. De nada le sirvió a ninguno haber ‘echado horas’ de más sin cobrarlas dentro de esa oficina. Poco a poco, esas personas y ese trato iban desapareciendo.

Ahora entras en tu banco, cuando puedes entrar, y con suerte hay dos empleados. Tú no sabes y no quieres usar ni el móvil, ni el ordenador, ni el cajero ni la puta que los parió. Quieres que te atiendan como antes. Pero ya no, porque quienes te atendían, quienes se preocupaban por ti (o no, que de todo hay en la viña del Señor) ya no están. Y los que están seguramente lo harían con todo el gusto del mundo, pero no dan abasto ellos solos. Cada vez son menos empleados y encima ahora los altos directivos, esos mismos a los que no has visto nunca y nunca verás, para aplacar los ánimos de los clientes, han aumentado el horario de caja hasta las dos de la tarde. Horario de caja que se van a ‘comer’ los empleados que ya no llegan a terminar su trabajo. Recordemos que hay oficinas en las que, actualmente, hay un solo empleado (algo muy seguro para su integridad física, por cierto). Pero para eso han puesto un cajero automático ‘superinteligente’ en la puerta. Es más, el trasto es tan inteligente que no sabe utilizarlo ni tu hijo. Para eso tienes una app en tu móvil que te lo ‘soluciona’ todo y que tampoco sabes utilizar.

Cierto, seguramente la imagen que describo al principio del artículo es demasiado bucólica en algunos aspectos. Y la realidad actual de estas entidades bancarias tanto en la política del trato al cliente como la del trato a su trabajador no es tan mala como la describo, es peor y va a ir a peor.

Ahora, con toda la razón del mundo, salimos todos a la calle a quejarnos del trato que estas entidades bancarias están dando a nuestros mayores y en realidad a todos sus clientes y trabajadores. Porque para estas entidades sus trabajadores eran, son y serán simples números y tú, aunque no lo sabías (aunque lo intuyeras) eras, eres y serás un número. Pero quizás estamos reaccionando un poquito tarde. Por desgracia, tenemos que pasar por el aro y confiarles nuestros ahorros, no hay otra. Es la ley: la banca gana.

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