Desde que la alcaldesa del señor Sibina se aferró al sillón, el equipo de Gobierno ha emprendido una obra faraónica, innecesaria, desproporcionada y, sobre todo, que los alhameños no pedían. Una reforma millonaria que jamás fue pedida por nadie, que nadie explicó y que, a día de hoy, sólo genera ruido, polvo... y una vergüenza institucional de terribles consecuencias.
Mientras los obreros pican el suelo y la maquinaria retumba, en los bajos del Ayuntamiento la asociación D'Genes sigue funcionando, una asociación que da servicio a menores con necesidades especiales y a familias vulnerables. Niños con dificultades, familias que luchan cada día, profesionales que dan todo por sostener a quienes más lo necesitan. Todos ellos están atrapados entre escombros, ruido y una total falta de respeto.
La asociación ha solicitado una solución, un cambio de ubicación y el silencio ha sido la única respuesta.
La concejala responsable ha desaparecido. No da la cara. No propone soluciones. No cumple su deber. Pero si ingresa la nómina todos los meses y aumenta su cartera.
¿Qué clase de administración abandona a los más débiles para levantar una obra que nadie pidió? ¿Qué tipo de gestión prioriza el hormigón al bienestar infantil? ¿Qué lógica tiene encerrar a profesionales y usuarios en medio de una obra como si fueran mobiliario prescindible?
Esto no es una crítica política. Es una denuncia ética. Una sociedad se mide por cómo cuida a quienes más lo necesitan. Y hoy, en nuestro pueblo, el Ayuntamiento ha fallado de forma estrepitosa. La concejala responsable debe actuar. Debe buscar un espacio digno y seguro para esa asociación. Debe dar explicaciones públicas. Y debe recordar que su cargo no es un privilegio: es una responsabilidad.
Porque mientras se malgasta el presupuesto en ladrillos innecesarios, hay derechos que se están demoliendo. Y eso, por mucho cemento que pongan encima, no se puede tapar.